Creyendo en el Dios que cree en nosotros

Publicado por Joaquín Yebra en

Éxodo 3:13-14; Juan 8:24.

Introducción:

Son muchas las personas que creen en Dios, pero también son muchas las que suelen terminar por no creer en el Dios que cree en ellos, fabricándose entonces un espejismo

Y aunque esto pueda parecernos una trabalenguas o un juego de palabras, sólo hay una plena dimensión de Evangelio, de Buena Noticia, cuando creemos en el Dios que creen en nosotros… Si le amamos a Él es porque Él nos amó primero… Si creemos en Él es porque Él creyó en nosotros primeramente.

Esa es la razón por la que frecuentemente el creer se denomina «recordar» en las páginas de las Sagradas Escrituras:

«Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido.» (Deuteronomio 5:15).

(Deuteronomio 8:11-18; Salmo 22:27; Isaías 26:13; 1ª Corintios 11:24-25).

Ya que hemos comenzado con una juego de palabras, he aquí otro: Nos hemos olvidado de que nuestro olvido forma parte de lo que hemos olvidado.

Frecuentemente no logramos establecer una auténtica comunión con Dios por causa de los espejismos o ilusiones que se levantan como una barrera entre nosotros y el Señor.

Uno de esos espejismos consiste en vivir creyendo que Dios está en algún lugar, lejos de nosotros.

Sin embargo, si hemos abierto nuestro corazón al Señor Jesucristo, que es Dios-vestido-de-carne, entonces Dios reside en nosotros, para que podamos, siempre que lo deseemos, experimentar un encuentro con Él.

El Señor quiere que le experimentemos en nosotros y en torno a nosotros… Pero para vivir esa experiencia tenemos que olvidarnos de las viejas ilusiones, algunas de las cuales hemos heredado de quienes nos precedieron.

Hoy vamos a considerar el primero y principal de estos espejismos; aquella ilusión en la que se basan realmente todos los demás espejismos:

1) El Espejismo Compulsivo de la Necesidad:

Todo cuanto experimentamos en la vida, todo cuanto experimentamos y sentimos en la vida, momento a momento, está enraizado en esta idea.

Sin embargo, la necesidad no existe en el universo… ¿Por qué? Porque uno necesita algo sólo cuando se requiere un resultado en particular… Y el universo no requiere ningún resultado, por cuanto el universo es ese resultado.

Del mismo modo, la necesidad no existe en la mente de Dios, por cuanto Dios sólo necesitaría algo si precisara de un resultado particular… Y el Señor no requiere ningún resultado, sino que, antes bien, Él es quien produce todos los resultados.

Si Dios necesitase algo para producir un resultado, ¿dónde lo trataría de obtener? Tengamos presente que nada existe fuera de Dios… Que sólo Dios es quien fue, quien es y quien será.

Por eso es que si donde hallamos la palabra «Dios» en las Escrituras ponemos «Vida», podemos comprender esto mucho mejor. Vamos a verlo:

«En él (en el Verbo que es Dios) estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.» (Juan 1:4).

«Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.» (Juan 11:25).

«Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó). (1ª Juan 1:1-2).

«El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.» (1ª Juan 5:12).

«De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.» (Juan 6:47).

«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano… Yo y el Padre uno somos.» (Juan 10:27-28, 30).

«Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.» (1ª Juan 5:20).

Si la vida necesitara de algo para producir un resultado, ¿de dónde lo obtendría?

Ahora bien, al escuchar esto puede que tú te estés diciendo: «De acuerdo, pero una cosa es la vida, la existencia, y otra la felicidad.»

Párate a pensar: Se nos ha dicho siempre que nosotros podemos sentirnos felices bajo ciertas circunstancias, bajo determinadas condiciones, ¿no es cierto?

Sin embargo, esto no es así; no es verdad… Pero nosotros lo hemos asumido como si fuera cierto. Y como la creencia produce experiencia, nosotros hemos experimentado la vida de esta manera, llegando a imaginar a un «Dios» que tiene que experimentar la vida de la misma forma que nosotros lo hacemos.

Pero esto sencillamente no es cierto…

2) Causa y Efecto:

La felicidad no se produce como resultado de unas determinadas condiciones, sino que, antes bien, ciertas condiciones se producen como resultado de la felicidad… Permitidme que lo repita: La felicidad no se produce como resultado de ciertas condiciones, sino que ciertas condiciones se producen como resultado de la felicidad.

Este es un principio inalterable del Reino de Dios… El amor no se produce como resultado de determinadas condiciones o circunstancias, sino que ciertas condiciones o circunstancias se producen como resultado del amor…

La compasión no se produce como resultado de ciertas condiciones, sino que ciertas condiciones se producen como resultado de la compasión…

La abundancia no se produce como resultado de determinadas circunstancias o condiciones, sino que ciertas condiciones se producen como resultado de la abundancia…

Las condiciones para la felicidad son producidas por la felicidad… Las condiciones para el amor las produce el amor… Las condiciones para la compasión las produce la compasión… Y las condiciones para la abundancia las genera la propia abundancia…

El ser siempre precede a la experiencia, y la produce.

Si Dios es la primera causa, ¿qué podrá ocurrir que Dios no causara en primer lugar?

Si Dios es soberano, ¿qué podrá ocurrir que Dios no haya permitido?

Personalmente creo que no podemos imaginar a Dios por encima de nuestra experiencia, y si nuestra experiencia es tan pobre, condicionada y limitada, no podemos creer sino en un Dios a nuestra imagen y semejanza.

Por esta causa millones buscan la felicidad, sin saber que la felicidad no puede ser encontrada, sino edificada con los materiales que Dios pone delante nosotros y en nuestras manos cada día.

Millones buscan el placer con el principal objetivo de huir del trabajo y del dolor… Así surgieron todas las necesidades absolutamente artificiales sobre las que ha ido construyéndose nuestra sociedad humana… Pero la realidad es que no necesitamos nada para ser felices, por cuanto feliz es algo que podemos ser; es un estado mental, y no tiene nada que ver con posesiones o propiedades.

Este error ha producido todas las luchas y guerras que han conformado la historia de esta humanidad… La búsqueda del lucro, del logro, de la acumulación de los bienes y el poder.

El sentido nacionalista de los «dioses» de los pueblos está dentro de esta categorización de bienes y poderes… Así podemos comprender antagonismos y luchas fraternales que se han ido perpetuando en el curso de los siglos.

Así puede explicarse también el concepto de un Dios dependiente de una etnia, una cultura, una nación-estado o una iglesia con mas o menos pretensiones universalistas.

Esta creación de un Dios dependiente produjo una saga de un Dios que se parece muchísimo a un alto ejecutivo de una compañía multinacional o transnacional, con una apretadísima agenda de trabajo y compromisos, donde nosotros podemos creer que debemos entrar para «ayudarle» a Dios a realizar sus planes, para que ocurran las cosas que Dios quiere que ocurran.

Esta reducción cultural es lo que llamamos «mitos», frecuentemente cristalizados en forma de instituciones dogmáticas en las que los humanos pretenden encerrar a Dios… Así surgen los «Jerusalemes», las «Mecas», los «Vaticanos», y todas las ciudades y montes santos, por cuya primacía o predominancia se derramará la sangre del hombre por su hermano el hombre.

Y mientras tanto, millones de hombres, auto-denominados «creyentes», vivirán sus luchas por haber olvidado que las ciudades son para ser habitadas, los países para ser cultivados, los montes para gozar de su protección, los llamados «templos» para que los hombres busquen a Dios y le descubran en sus corazones y en los corazones de sus vecinos… las lenguas para comunicarse, el canto para expresar sentimientos, las manos para estrecharse y los ojos para verse siempre en el otro, en un «tu» que me permite salir de mi «yo» y encontrarme en la ruptura del egoísmo y la mezquindad.

3) La Única Necesidad que no es un Espejismo:

Sólo Dios basta… Dios es Amor… Nuestra única necesidad que no es un espejismo es amar.

La gran trampa es hacernos pensar que necesitamos primordialmente ser amados… Sin embargo, no es así… El amor es cosecha, por lo que precisamos sembrar para poder recoger… Por eso es más bienaventurado dar que recibir…

No hay por qué temer… Nunca nos faltará amor para amar…

Primeramente, porque Dios es Amor y Dios es Eterno… Por eso el amor no es cosificable, ni cuantificable, ni condicional, ni transaccional… El amor simplemente es, sin que pueda no-ser… Sin que puedan darse las condiciones para que pueda dejar de ser.

En segundo lugar, porque el amor no es algo que podemos poseer o no; que podemos sentir o no; que podemos compartir o no… Escuchad un secreto a voces: El amor es lo que somos… La prueba está en que Dios es Amor y nosotros hemos sido creados a su imagen y semejanza.

Por eso nos atrevemos a afirmar que la religión de Jesús de Nazaret no tiene mucho en común con el judaísmo ni con el cristianismo, ni con ningún otro «ismo», por cuanto todos los sistemas religiosos, sociales y políticos son barreras para contener y no permitir la expresión de la libertad de Dios…

La religión de Jesús de Nazaret se centra sólo, única y exclusivamente en el amor… por cuanto el amor siempre produce libertad, mientras que el temor persigue a todo brote de libertad… el amor invita a la expresión, mientras que el temor la castiga… El amor siempre promueve la ruptura de las cadenas de la ignorancia, mientras que el temor sume en la oscuridad de los miedos silenciosos…

Jesús nos conducirá siempre por el camino del amor vivido como libertad… Sólo en la expresión de la libertad se expresa Dios, por cuanto Dios es libertad, y la libertad es amor expresado.

Jesús sólo tiene que ver con «el perfecto amor que echa fuera el temor». (1ª Juan 4:18).

Todo lo que tenemos que hacer para tener amor es ser amor… Por eso Jesús no nos dejó un credo, ni nuevo ni reformado, ni un sistema teológico, sino que puso todo su empeño en amar y enseñar a amar amando, siendo amor: (Marcos 10:21; Juan 3:16; 15:17; 17:20-23).

Jesús viene a nuestra vida para mostrarnos que nosotros no somos receptores de amor, sino que somos lo que buscamos recibir… Este es un gran secreto de la vida en el Espíritu de Cristo Jesús… Este es el secreto que cambia las vidas de los hombres.

Sin Cristo, los hombres pasan la vida entera tratando de encontrar lo que ya tienen; lo que, sin embargo, no logran hallar porque lo buscan en el ámbito del tener en lugar del ámbito del ser.

En Cristo Jesús descubrimos que el amor y la felicidad son una misma realidad… Una realidad que no es primeramente experiencia, sino decisión… Nuestra experiencia será el resultado de nuestra decisión, no su causa… Del mismo modo que el amor es una decisión, no una reacción.

Conclusión:

Urge creer en el Dios que cree en nosotros… El Dios que lo demuestra viniendo a morar en Jesucristo en toda plenitud corporal…

Urge creer en el Dios que no nos invita a acercarnos a Él porque Él se acercó primero…

Urge creer en el Dios que nos acoge sin pasar por los rituales prescritos por la religiosidad de los hombres de los templos y las montañas sagradas… Los que demandan se digan una determinadas palabras…

Urge dejarse acariciar por Dios en la brisa y en el agua, en la mirada de los seres queridos, y de los niños, y de los que vinieron de cerca y de lejos, para que ya no tengan sentido las palabras «cerca» y «lejos»…

Urge creer en el Dios de las posibilidades infinitas en las combinaciones de colores y aromas, de notas musicales y cadencias, de brisas y olas, de lluvias y soles…

Urge creer en el Dios que no creó la Naturaleza como nuestra enemiga, sino como un maravilloso hábitat para protegernos y abrazarnos con un manto de paraíso…

Urge creer en el Dios que nos enseña el perdón como expansión de nuestra percepción.

En Jesucristo podemos perdonarnos por lo que nosotros y los otros no somos, y así experimentar lo que realmente somos… Y despertar a los momentos de gracia en que se nos concede el privilegio de saber que Dios es amor, de sentir que Dios es amor, de experimentar el amor de Dios que acerca a Dios a nuestras vidas, o mejor aún, que acerca a Dios a través de nuestras vidas, haciéndonos conscientes de que somos un pensamiento suyo… siempre lo hemos sido…

Él siempre ha sido «la luz de los hombres…aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre.» (Juan 1:4, 9)…

El Verbo Creador que nunca estuvo totalmente separado de sus criaturas…

El amante que nunca abandonó a su amada…

El que se fue en el corazón del hijo pródigo, y siempre estuvo con él, incluso en el cuidado de los cerdos y su deseo de comer sus algarrobas…

El que se va, pero promete «estar con nosotros todos los días hasta el fin de los siglos.» (Mateo 28:20)…

El que habla todas las lenguas del universo y a una voz te llama desde dentro de tu ser para ofrecerte llenura, plenitud, comunión, para que PUEDAS CREER EN EL DIOS QUE CREE EN TI. AMÉN.»

Amén.

Categorías: Predicaciones