Cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo.

Publicado por Antonio Martín en

Eclesiastés 12:9 y 10 “Cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo.  Escuchó, escudriñó y compuso muchos proverbios.  Procuró el Predicador hallar palabras agradables y escribir rectamente palabras de verdad”

Salomón fue este “predicador” que compuso muchos proverbios.  Y uno de estos proverbios nos va a servir de base para la meditación de esta tarde:

Proverbios 29:25 “El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado (levantado)”

Se trata de uno de los últimos dichos de la Quinta Colección de Proverbios de Salomón (segunda serie) que comprende los capítulos 25 al 29 del libro de los Proverbios.  Colección reunida por los investigadores del rey Ezequías (rey de Judá) sobre el año 700 a.C. Así lo atestigua el versículo 1 del capítulo 25 (Prov 25:1 “También estos son proverbios de Salomón, los cuales copiaron los varones de Ezequías, rey de Judá”)

Ezequías sabía bien lo que significaba confiar en el Señor y ser levantado, ya que fue librado con el pueblo del rey de Asiria que venía a invadir Jerusalén.  Fue el mismo Señor que produjo una gran mortandad en el ejército asirio mientras que dormían.  Y en una sola noche, el Señor hirió de muerte a 185.000 hombres que amanecieron muertos en su campamento (2 Reyes 19).

Otra traducción de Prov 29:25 es “El temor del hombre le pone trampas; el que confía en Jehová está a salvo”

El temor del hombre le lleva a buscar alianzas humanas para salvarse, pero esta conducta es una trampa mortal.  (Como la historia de los reinos de Israel y de Judá por separado y antes en la monarquía unida, atestiguan). Pero “Ezequías se reveló contra el rey de Asiria y no lo sirvió” (2 Rey 18:7b)  y en 2 Rey 18: 5-7 se dice de este príncipe de Judá: “En Jehová, Dios de Israel, puso su esperanza.  Entre todos los reyes de Judá no hubo otro como él, antes ni después, pues siguió a Jehová y no se apartó de él, sino que guardó los mandamientos que Jehová prescribió a Moisés.  Jehová estaba con él, y adondequiera que iba, prosperaba.

Ezequías no tuvo temor de ningún hombre, ni quiso dar reverencia a ningún otro rey, y por eso se rebeló contra el rey de Asiria.  Su temor era sólo del Señor.

Prov 29:26 “Muchos buscan el favor del príncipe, pero de Jehová procede la justicia para todos”

No busques el favor de personas importantes si eso supone traicionar al Señor.  Tampoco busques el favor mío o el de Joaquín o el de Marta… (no hagamos las cosas para agradar al ojo humano, aunque sea el de los pastores, sino para agradar al Señor en todo).

El miedo de los hombres, la desconfianza pensando que nosotros somos los únicos “temerosos de Dios”, produce muchas trampas y pone en peligro a las personas que nos rodean.  Por eso siempre hay que decir la verdad sin miedo, y si estamos equivocados, rectificar para continuar en el camino de la Verdad.

Ejemplos tenemos en la Biblia de personas que por miedo de los hombres, mintieron y se pusieron en peligro ellos mismos y a los demás.

Recordemos el caso de Abram cuando descendió a Egipto y por miedo le dijo a Sarai su mujer que dijera que era su hermana.  Si el Señor no llega a intervenir, Abram hubiera buscado la ruina del faraón y su casa. Abraham tenía este problema, era un poco cobarde frente a los hombres.  Y volvió a hacer lo mismo en el Neguev diciendo de Sara, su mujer, que era su hermana.  Y otra vez se repite la historia con Abimelec rey de Gerar al enviar a por Sara.  Si el Señor no interviene protegiendo a todos, la que se hubiera liado.

Todo por desconfiar siempre de los demás y ver siempre maldad y malas intenciones en los otros.  Prejuicios, prejuicios, prejuicios…

El miedo del hombre, de lo que nos “puedan” hacer los hombres es muy peligroso.  El Señor Jesús todo el tiempo nos está hablando para que no tengamos miedo de ningún hombre.  El miedo es incompatible con la fe.  No podemos ser temerosos de los hombres.

En tiempos de Jesús hubo muchos, no pocos, tristemente, que aunque creían en Él, callaban y no se lo decían a nadie porque les importaba más lo que los demás pensaran de ellos que el obedecer al Señor y publicar su fe.

Juan 12: 42 y 43 “A pesar de eso, muchos, incluso de los gobernantes, creyeron en él, pero no lo confesaban por temor a los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios”   Que pena, no quisieron pagar ningún precio, ninguna persecución… Amaban más el prestigio social que al Señor.  Amaban más el continuar “como siempre” que ser dados de lado por obedecer al Señor.

El resultado de temer al hombre enlaza, ahoga, nos hace ser marionetas de los hombres y no siervos de Dios.

El miedo de lo que me pueda hacer el hombre me hace una persona débil, que busca sobreprotección y que proyecta también miedo y sobreprotección sobre los demás, haciéndoles débiles e inmaduros.

La sobreprotección asfixia y es lo contrario de la libertad.

En cambio, el temor del Señor libera, trae liberación siempre de Su parte.  El temor de Dios nos hace valientes para vivir para Él.  El que quiere agradar al Señor será lleno del Espíritu Santo y su delicia será guardar los mandamientos y ya no serán una pesada carga.  El yugo de Jesús es fácil y una carga ligera…

Es la confianza en el Señor lo que trae libertad.  El miedo siempre limita, ahoga y paraliza.  El temor del Señor nos lleva al amor del Señor.  Porque no podemos estar obedeciendo o sirviendo toda la vida al Señor por miedo (eso es legalismo y pesada carga).

El Amor, y Dios es Amor, tiene que echar lo más pronto posible al temor entendido como miedo.  Y llegamos a obedecer no por miedo sino porque el amor de Dios nos ha seducido, ha sido derramado en nuestros corazones con tal intensidad que somos tan bienaventurados, que de tanto gozo estamos dispuestos a servir en todo por disfrute maravilloso.

Cuando el Señor te llena ya no tienes miedo de nada ni de nadie.  Sólo tienes temor amoroso de no desagradar a tu Señor.  Unas ganas inmensas de seguirle con alegría.

No se puede vivir con miedo de los demás, sin mirar a los ojos a nuestros iguales, con complejos de inferioridad o temiendo siempre reacciones hostiles de otros.  Si son hostiles que lo sean, ya cambiarán.  ¿¿Acaso no hemos sido también nosotros hostiles muchas veces??

Tenemos que perder el miedo a “enfrentarnos” al otro, entiéndase a ponernos frente a frente y mirarnos cara a cara y decirnos lo que tengamos que decirnos POR AMOR (aunque nos equivoquemos, debemos perdernos el miedo unos a otros).  Si no lo hacemos así, nunca podremos caminar juntos como iguales (no bajo sometimiento siempre de los mismos a los mismos sino todos a todos) bajo el paraguas del amor divino.

Digámonos las verdades en amor frente a frente, cara a cara para poder caminar como una comunidad unánime.  Contamos con el Espíritu Santo (El Paráclito que va a nuestro lado para ayudarnos a caminar todos juntos, unos al lado de otros)

Dejemos la ansiedad por querer controlarlo todo… abandonemos la angustia por tener dominada la situación y humillémonos todos ante el Señor.  Porque sólo Él es Señor.

Volvamos a ser lo que éramos: un pueblo que caminaba unido.  ¡Pongámonos de acuerdo! y pidamos al Señor que envíe Su Espíritu para calentarnos de nuevo y que recuperemos a nuestro Primer Amor que es ¡Cristo el Señor!

El temor del hombre pondrá lazo (no pongamos lazo a nadie por causa de nuestros miedos inconfesables.

Confiemos en el Señor y demostremos esa confianza con nuestra obediencia y seremos levantados como iglesia, estaremos a salvo.

 No busquemos los favores de los hombres sino el favor de Dios, su aprobación, seamos valientes, porque del Señor procede la justicia para todos.

Esfuérzate y sé valiente, no temas ni desmayes porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas.

Amén

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