El calzado divino

Publicado por Joaquín Yebra en

Efesios 6:10-20 (v. 15).

Encontrar zapatos cómodos no es tarea fácil, especialmente para quienes tenemos pies sensibles.

Otros, dotados de pies más resistentes, pueden permitirse el lujo de escoger calzado siguiendo sus gustos estéticos, pero nosotros, los de pies delicados, tenemos que olvidarnos de gustos y modas para centrarnos en un par que se acomode a nuestros pies sin producir rozaduras.

Y, claro está, cuando damos con ese par «perfecto» nos ocurren dos cosas. La primera es que, generalmente, el precio nos da una sorpresa, y no agradable precisamente. Y la segunda es que una vez puestos, nos cuesta muchísimo desprendernos de ellos.

Espiritualmente, sucede algo muy semejante: Dios conoce la clase de calzado que precisamos para la vida. El Señor conoce la dureza de los caminos de la existencia humana. No olvidemos nunca que el Verbo, la Palabra, es Dios, y el Verbo se hizo carne.

Por eso es que el Bendito ha confeccionado calzado espiritual de la mejor calidad para sus hijos e hijas. Es calzado realizado con el mejor material disponible: El apresto del Evangelio de la Paz:

«Y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.» (Efesios 6:15).

Dios no nos mete dentro de unas botas endurecidas e impermeabilizadas, duraderas pero insoportables, sin flexibilidad ni porosidad.

El apresto del Evangelio de la Paz es material bien curtido, pero suave de llevar; es permanente, pero no produce rozaduras ni llagas.

Pero, ¿Por qué «apresto»?

Porque el apresto era la solución líquida con que se trataban los hilos de la urdimbre. Solían ser soluciones a base de engrudos, materias grasas, humidificantes, con lo cual se lograba que el tejido tuviera suavidad y resistencia…. Y como veo que hay bastantes jóvenes entre nosotros, quizá convenga explicar que los «engrudos» son masas a base de harinas o almidones cocidos en agua, y que se utilizaron desde épocas muy pretéritas para pegar -engrudar- y lograr que las telas adquirieran resistencia sin perder su suavidad o elasticidad.

El apresto del Evangelio de la Paz hace referencia a la «paz con Dios». Y esa «Paz» alcanza al pasado, al presente y al futuro.

Sólo entonces podemos disfrutar de paz en nuestra conciencia; paz en nuestro ser más profundo y recóndito; paz que, como el apresto, da peso y ligereza al mismo tiempo: suavidad y permanencia; ternura y firmeza, simultáneamente.

Ese es el calzado que Jesús llevó en los días de su carne, entre nosotros. Ese fue el género de sus pies, de sus sandalias de carne impregnada del amor de Dios, saturada del Espíritu.

Por eso es que al Maestro nunca se le desgastaron esas «sandalias», como aquel calzado de los israelitas durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto, cuando ni su calzado ni sus vestiduras envejecieron.

Así también comprobaremos que el apresto con que Dios cubre nuestros pies, nuestros pasos, nuestro caminar, nunca se desgasta.

Cuando calzamos nuestros pies con el apresto del Evangelio de la Paz de Dios, verificamos que estos zapatos que el Señor nos provee son de medida perfecta, se adaptan a todos los terrenos, y podemos caminar con ellos con absoluta confianza.

Nunca nos cansaremos de llevarlos, ni nos producirán rozaduras ni llagas.

Están confeccionados a prueba de todas las durezas del camino; a prueba de todas las inclemencias del tiempo; a prueba de todos los terrenos y peligros del camino.

Esto nos hace recordar las palabras del Salmista: «Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón.» (Salmo 91:13).

¿Cómo es nuestro caminar antes de rendir nuestro corazón a Jesucristo? ¿Cómo era nuestro caminar antes de invitar a Cristo Jesús a nuestra vida como único Señor y Salvador personal?

Caminábamos descalzos…

Nuestra vida estaba cubierta de heridas, de rozaduras y llagas… Algunas verdaderamente antiguas y profundas, sucias e infectadas.

Si éramos religiosos, probablemente caminábamos con calzado muy estrecho, con nuestros pies cohibidos, apretados, encerrados, sudorosos.

Si éramos agnósticos o ateos, probablemente recorríamos el camino en nuestra relatividad incómodamente ancha, lo que no nos permitía andar rectamente.

¿Recordáis cuáles fueron las primeras palabras del padre en la parábola del Hijo Pródigo?

«Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.» (Lucas 15:21-22).

Siempre nos ayuda mucho conocer el fondo histórico-cultural de los textos. De ahí que nos convenga recordar que estar descalzo era una gran vergüenza en el Israel de la época bíblica. Era símbolo inequívoco de haber perdido una heredad, o de encontrarse en un profundo estado de miseria y de penuria.

Esa es la situación del hombre, de todo ser humano, por causa del pecado, y por eso el Señor nos calza con el apresto del Evangelio de la Paz, el apresto de la Buena Noticia de la Paz que Dios hace en las alturas y derrama en nuestros empobrecidos corazones, como regalo que jamás mereceremos, al precio de la sangre preciosa de Jesucristo, derramada en nuestro lugar.

Este apresto embellece nuestros pies, los ajusta, los sincroniza, los mantiene limpios y suaves, sin durezas, sin llagas, sin rozaduras, sin heridas:

«¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina!» (Isaías 52:7).

¿Cómo caminas? ¿Descalzo? ¿En los zapatos de tu propia justicia? ¿Con las sandalias de tu indiferencia?

Si no has calzado tus pies con el apresto del Evangelio de la Paz no podrás recorrer todo el camino de la vida sin dañarte, sin lastimarte.

Este buen y firme calzado suave, diseñado desde el amor de Dios, es el único que te permitirá andar por todos los caminos de la vida: Por las alegrías y por las aflicciones; por la abundancia y por la escasez; por los buenos afectos y por la persecución; por la comprensión y por el rechazo; por los tramos soleados y por los trechos sombríos.

Este es el calzado que usaron todos los hombres y mujeres de Dios a través de los tiempos… Siempre fue hallado en los pies de los mártires y de cuantos vivieron y durmieron en la santidad de la esperanza mesiánica, tanto antes como después de la encarnación del Verbo.

Las suelas de este calzado nunca pudieron ser atravesadas ni por leones, ni por áspides, ni por escorpiones.

Puede que algunos aquí presentes hoy hayan probado a caminar con otros zapatos, con otros calzados tomados de los escaparates del mundo…. Si así lo habéis hecho, sabréis perfectamente que sólo podemos sentirnos cómodos cuando estamos calzados con el apresto del Evangelio de la Paz…. Ningún otro zapato se ajusta a nuestro pie firmemente, sin por eso carecer de suavidad.

No podemos emprender el viaje de nuestra vida perecedera hacia la vida eterna, a menos que estemos calzados con este apresto diseñado por el propio Dios, compuesto del tejido de su amor inmenso, el engrudo de su Espíritu, y la alegre nueva de su misericordia.

Sólo este apresto del Evangelio de la Paz nos permitirá caminar posando nuestros pies sobre las pisadas de Jesús de Nazaret… Pisadas de amor y paz, de misericordia y perdón…. Pisadas que inequívocamente conducen a la vida eterna.

¡Calza tus pies con este apresto en este día y hora, recibiendo a Jesucristo como tu Señor y Salvador personal!

Amén.

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