El espejismo de la superioridad

Publicado por Joaquín Yebra en

Filipenses 2:1-11.

Introducción:

El segundo espejismo que vamos a tratar a la luz de las Sagradas Escrituras es el sentido o ilusión de la superioridad.

Se trata de un espejismo que tiene muchos usos, ya que proporciona la base para la justificación de todo cuanto el hombre se propone hacer en favor de sí mismo y en detrimento de los demás, explotándolos, ignorándolos, e incluso eliminándolos cuando suponen un obstáculo o una contradicción para sus planes… Nada de esto sería posible de no ser por el espejismo de la superioridad.

1) ¿Existe la Superioridad?

Se nos han enseñado como superiores aquellas condiciones basadas en las perspectivas que benefician a los objetivos y deseos de dominación del grupo beligerante y amenazador, dispuesto a emplear la fuerza y la violencia agresiva, si así es menester, para conservar su predominancia, su poder y sus privilegios.

Frente a la noción de la superioridad en base a condiciones establecidas por el grupo dominante, es decir, sus preferencias y deseos, sus conveniencias y privilegios, el Señor se presenta como la Verdad: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.» (Juan 14:6).

Con esta afirmación de nuestro Señor Jesucristo cae por el suelo toda pretensión de superioridad, ya sea de cualquier idea, de cualquier concepto, de cualquier doctrina, de cualquier filosofía o religión…

Los que proclamaron y proclaman que la superioridad se basa en una condiciones establecidas por ellos mismos, en unas perspectivas u objetivos mejores, quedan expuestos a la mentira de sus aseveraciones ante las palabras de Dios-en-Cristo… Frente a toda supuesta o pretendida superioridad, el Señor se presenta como la Verdad, y no como una verdad conceptual, sino como la Verdad personal… No una idea, sino una persona… No un concepto, sino una comunión… No unas proposiciones intelectuales, sino un seguimiento, un andar, un camino, una relación.

No creo que podamos cometer ningún error que pueda superar el gravedad al de creernos superiores, o considerar nuestros criterios como superiores…

De ahí nacen todas las intolerancias y las intransigencias, todos los dogmatismos, todos los bloqueos al diálogo, a la comunicación, al entendimiento y la concordia…

Ese es el caldo de cultivo del racismo y la xenofobia, de las patrañas de la superioridad de una raza sobre otras, o de una civilización o cultura sobre las demás; de la explotación del hombre por su hermano el hombre, de las guerras, hambrunas y miserias… Ahí está el germen de la mentira que esclaviza, frente a la verdad que libera.

El concepto de la superioridad es la negación de toda posibilidad de fraternidad… Y la negación de la fraternidad convierte los grandes lemas de la igualdad y la libertad en mera hipocresía.

De ese modo se nos ha enseñado que el hombre es superior a la naturaleza, y sobre esa premisa diabólica el hombre se lanza a la lucha por dominarla, destruyendo el mismísimo hábitat que Dios creó para nuestro soporte, para nuestra protección, para ser nuestro paraíso… Y la mentira se vuelve contra el hombre, mientras éste dice buscar lo que al mismo tiempo va destruyendo.

Se nos ha enseñado que debemos cumplir estas o aquellas condiciones para ser superiores a los demás, y al acometer semejante lucha por el afán de dominación, destruimos a la familia humana, creada por Dios para la convivencia, no para la competencia… De ese modo, en su afán por la superioridad, el hombre destruye los vínculos familiares que el Señor creó para que nos sintiéramos abrazados y protegidos.

La experiencia de la vida va oscureciéndose cada vez más por causa de este espejismo de superioridad aislante e insolidaria, egocéntrica y narcisista.

Si embargo, no puede haber superioridad si no olvidamos que desde la perspectiva de Dios todos estamos llamados a ser uno… Entonces resulta muy fácil comprender la contradicción de términos implícita en todo sistema basado en la noción de la superioridad, por cuanto nadie puede ser superior a sí mismo.

En la realidad última, según Dios, todos formamos parte de un solo universo… «uni-verso», es decir, «hacia uno», y el propio Señor Jesús se expresa en esos términos al decir: «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos ean uno en nosotros; para que el mundo cream que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.» (Juan 17:21-22).

Cuando Pablo nos insta a que cada uno estimemos a los demás como superiores a nosotros mismos, está diciendonos que la superioridad es un espejismo, pues siendo una llamada a la consideración mutua y recíproca, nadie queda fuera de su alcance, nadie ajeno a la llamada; en definitiva, nadie superior.

2) ¿Qué es la Superioridad?

La superioridad es la negación de la naturaleza de la realidad última…

La superioridad es la negación de la familia humana…

La superioridad nos hace olvidar quiénes somos realmente…

La superioridad rompe toda posibilidad de vernos relacionados e inter-relacionados…

La superioridad nos saca del universo de Dios para trasladarnos encadenados a la angustia y la nausea…

La superioridad es la más peligrosa forma de auténtico ateísmo…

El sueño de Dios se vuelve una pesadilla en los corazones de los hombres, en la medida en que nos dejamos arrastrar por el espejismo de la superioridad.

Con los ojos puestos en Jesús, autor y consumador de la fe, podremos vencer toda tendencia al sentimiento de superioridad.

En la Escuela de Jesucristo podremos aprender de Él, manso y humilde de corazón, para que nuestras almas gocen del descanso sanador.

Amén.

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