El Señor ha prometido abrir nuestros oídos

Publicado por Joaquín Yebra en

«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.» (Juan 10:27).

Tener sensibilidad espiritual es absolutamente imprescindible para escuchar la voz del Señor.

Pero cuando nos falta la sensibilidad solemos confundir la voz de Dios con nuestras emociones.

Ahora bien, yo creo, hermanos amados, que la sensibilidad realmente no nos falta como cristianos, sino que caemos en varias trampas y obstáculos que estorban nuestra sensibilidad.

EL PRIMER ESTORBO CON QUE NOS TOPAMOS SUELE SER LA SUPERFICIALIDAD:

Jesús nos dice en el Evangelio que la superficialidad espiritual es un grave peligro:

«He aquí, el sembrador salió a sembrar…una parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, PORQUE NO TENÍA PROFUNDIDAD DE TIERRA.» (Marcos 4:3,5).

Cuando la tierra es superficial, la semilla brota pronto, pero se seca pronto también.

Jesús nos revela quiénes son los hombres representados por la poca profundidad del terreno:

«Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero NO TIENEN RAÍZ EN SÍ, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan.

Nuestra superficialidad no nos permite escuchar la voz del Señor.

EL SEGUNDO ESTORBO ES NUESTRA CODICIA:

En la parábola del sembrador, Jesús nos habla de la parte de la simiente que cayó entre los espinos:

«Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto.» (Marcos 4:7).

Jesús nos explica también quiénes son los sembrados entre los espinos:

«Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.» (Marcos 4:18-19).

Es francamente difícil ordenar nuestras prioridades cuando el corazón y la mente están ocupados y afanados por la codicia.

EL TERCER ESTORBO PARA ESCUCHAR LA VOZ DEL SEÑOR ES NUESTRO EXCESO DE ACTIVIDAD:

Dice Jesús: «He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron.» (Marcos 4:3-4).

La expresión «junto al camino» me hace pensar en el estilo de vida, la forma de vivir, con el exceso de ocupaciones, el stress, la tensión, las preocupaciones, la falta de quietud, de tranquilidad y sosiego.. No hallamos un momento de silencio ni siquiera en las iglesias.

Jesús es el mejor intérprete de su propia parábola:

«Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones.» (Marcos 4:15).

La superabundancia de información de nuestros días -sin el tiempo necesario para la reflexión y la comprensión de los datos- amén de las ocupaciones, desplazamientos, contaminación acústica de nuestras ciudades, consumo de estimulantes que dificultan el reposo y el sueño, representan grandes obstáculos, grandes estorbos para escuchar la voz del Señor.

EL CUARTO OBSTÁCULO O ESTORBO PARA ESCUCHAR LA VOZ DEL SEÑOR ES NUESTRO ORGULLO:

Sin humildad es imposible oír la voz del Señor.

No solemos ir a los pies del Maestro para escuchar su voz, para recibir enseñanza, instrucciones, sino que más bien nos presentamos ante el Señor, casi sin llamar, para pedirle -con soniquete de exigencia- que nos bendiga nuestros planes y proyectos.

Nos creemos sabios y autosuficientes, y dejamos al Señor como si fuera un recurso de última instancia; como si fuera una apelación de último grado, después de que todos nuestros resortes y capacidades hubieran fallado.

E incluso en esos momentos de fracaso rotundo, cuando todavía tendríamos la oportunidad de escuchar la voz del Señor, nuestra insensibilidad se agudiza al no estar dispuestos a reconocer las verdaderas causas de nuestro fallo, sino que procedemos a acusar a otros, a culpar a los demás, sin exponer la realidad de nuestra incompetencia, o de nuestra estupidez.

EL QUINTO ESTORBO PARA ESCUCHAR LA VOZ DEL SEÑOR SON NUESTROS PREJUICIOS:

En las páginas de la Biblia abundan las ocasiones en que el Señor habló a su pueblo mediante instrumentos nada brillantes a los ojos del mundo.

Fácilmente nos fabricamos nuestra teología cinematográfica que nos induce a rechazar a los instrumentos del Señor que no responden a nuestros criterios estéticos.

¡Cuántas veces nos habrá hablado el Señor a través de hermanos y hermanas sencillos y humildes, sin que nosotros nos percatásemos de ello!

¡En cuántas ocasiones nos habrá sido dada por el Señor una palabra por medio de alguien a quien nosotros no considerábamos suficientemente docto en las Escrituras!

Uno de los casos más evidentes de lo que venimos diciendo, es el pasaje del Evangelio de Juan 1:43-46 (Leerlo).

Natanael era un hombre que padecía de un evidente prejuicio: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»

Nuestros prejuicios no nos dejan escuchar la voz del Señor.

Así es como se endurece nuestra sensibilidad.

¿TENEMOS QUE RESIGNARNOS ANTE ESTA SITUACIÓN DE INSENSIBILIDAD CRECIENTE?

¿HAY ALGO QUE NOSOTROS PODEMOS HACER?

Gracias al Señor no estamos solos en esto…

Realmente, el Espíritu Santo tiene entre sus prioridades el ayudarnos a recuperar y desarrollar nuestra sensibilidad para poder escuchar la voz del Señor.

Es absolutamente primordial que recuperemos EL TEMOR DEL SEÑOR, perdido en tantos círculos donde ha sido tristemente reemplazado por un pseudo-evangelio melifluo, edulcorado, donde está prohibido hablar de pecado, de arrepentimiento, de santidad.

Salmo 19:9; Salmo 111:10; Proverbios 14:26; 15:16; 15:33; 19:23; Efesios 5:21;

Filipenses 2:12; lª Pedro 1:17-20.

El santo temor de Dios es la fuente que produce humildad en nuestras vidas.

No hay mejor cura de nuestra insensibilidad ante la voz del Señor.

Es absolutamente primordial que demos la importancia que merecen la HUMILDAD Y LA MANSEDUMBRE:

El apóstol Santiago en 4:6 afirma, citando el texto de Proverbios 3:34, que «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.»

La humildad nos permitirá escuchar la corrección, la amonestación, la instrucción.

La humildad nos ayudará a comprender la importancia de escuchar, de prestar oídos para oír.

La humildad nos ayudará a poner freno en nuestra lengua, considerando el alcance de nuestras palabras.

La humildad nos apartará de caminos de codicia, ayudándonos el Señor mediante la humildad a contentarnos, cualquiera que sean las circunstancias por la que atravesemos, como lo expresa el apóstol Pablo a los Filipenses (4:11): «He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación».

La humildad que el Espíritu Santo produce en los corazones de los redimidos, y que dimana del santo temor de Dios, nos sensibiliza a la voz del Señor bendito, creando en el sagrado ornato de nuestro ser un clima de tranquilidad y sosiego, una atmósfera espiritual de reposo y quietud, de descanso y alivio, de seguridad y confianza:

«Porque así dijo el Señor Eterno, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza.». (Isaías 30:15).

Y Jesús nos dice claramente: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.» (Juan 14:27).

La superficialidad, la codicia, el exceso de actividad, el orgullo y los prejuicios son los grandes obstáculos que impiden que escuchemos la voz del Amado.

Estos son los principales estorbos en los oídos de nuestro espíritu.

Son las grandes barreras que bloquean el paso a la voz del Bendito.

Y el mismo Señor Jesús, que tantas veces dijera a los apóstoles y primeros discípulos «el que tiene oídos para oír, oiga», es quien hoy, por medio del Espíritu Santo, promueve en nosotros el santo temor, la humildad y la mansedumbre, actitudes imprescindibles para poder escuchar la voz del Señor hablando a nuestra conciencia.

Permitámosle al Señor amado circuncidar nuestros sordos oídos.

Dejémosle al Bendito cortar toda la carne extenuada por los afanes, las codicias, los orgullos y los prejuicios, para que la voz del Señor no encuentre ningún estorbo a su paso, sino que pueda penetrar hasta lo más profundo de nuestro ser y llenarlo todo de luz y de amor.

Si anhelamos escuchar la voz del Señor, y nos sometemos a su operación, se cumplirán en nosotros las gloriosas palabras de Isaías:

«El Señor Eterno me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás.» (Isaías 50:5).

Amén.

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