La unción del Santo

Publicado por Joaquín Yebra en

TEXTO: Isaías 61:1-3.

Hace un siglo, la mujer procuraba tener una piel muy blanca…

Incluso recurría a los polvos de arroz como maquillaje.

Pero desde la década de los sesenta del siglo pasado, la moda fue tostarse en las playas hasta lograr una piel bien curtida y dorada.

Yo recuerdo haberme expuesto durante demasiado tiempo al sol playero, y creo que aquellas quemaduras fueron una de las peores experiencias de mi vida…

Y también recuerdo el inmenso alivio de aquellos aceites sobre mi piel quemada, enrojecida y cuarteada.

¡Qué inadvertida nos pasa la bendición del aceite!

Han tenido que venir de lejos para descubrirnos las grandes virtudes de la dieta mediterránea, de la cual el aceite es un ingrediente fundamental.

Nos pasan inadvertidos esos olivos que crecen por toda la costa mediterránea, en cualquiera de sus orillas.

Ya desde la más remota antigüedad se mezclaba el aceite con aromas de flores y maderas para la confección de bálsamos aromáticos y perfumes deliciosos, para fines terapéuticos y cosméticos.

¡Qué bellísima figura del Espíritu Santo de Dios!

Pero inadvertido suele también pasarnos!

Loción solar, unción y bálsamo para las heridas, crema hidratante para nuestra piel, lubricante para nuestros motores, aderezo para nuestros guisos y ensaladas…

Y en el Salmo 133 aparece como imagen aromática del sentido de la verdadera hermandad:

«¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sión; porque allí envía el Señor bendición, y vida eterna.» (Salmo 133).

La hermandad, nos dice el salmista, es un regalo divino que pertenece al ámbito de la santidad y del gozo divino, como la unción del Sumo Sacerdote de Israel…

De ahí que la falta de santidad sea la causa primordial de los distanciamientos y separaciones de los hermanos.

Y David, en una de las oraciones más repetidas de las Sagradas Escrituras, alude a la relación entre el Señor, Pastor de Israel, y la figura del aceite:

«Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.» (Salmo 23:5).

El pan, el vino y el aceite eran elementos vitales para la celebración de cualquier fiesta o solemnidad en los tiempos bíblicos.

Con aceite perfumado con pétalos de flores se ungía la cabeza de los huéspedes e invitados, con el propósito de mostrar respeto y estima hacia ellos de parte de sus anfitriones.

Así se entienden mejor las palabras de nuestro Señor Jesucristo a Simón el fariseo, quien le había invitado a una cena, pero olvidó mostrarle el respeto y la estima debida a los invitados:

«Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Dí, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vé en paz.» (Lucas 7:36-50).

¿Por qué no ungió Simón al Señor Jesús?

Porque Simón el fariseo no tenía a Jesús en alta estima, sino que, simplemente, quería conocerle de cerca…

Su sentimiento hacia Jesús no era estima sino mera curiosidad…

Pero Jesús no se quedó sin honores, sino que los recibió de una mujer de la ciudad, de una pecadora pública.

¡Qué diferente es esta unción a la de los sacerdotes, profetas y reyes de Israel!

¡Qué encantador escándalo el ver al Mesías siendo ungido por una prostituta!

Jesús es ungido por el Espíritu Santo para proclamar las Buenas Nuevas y dar su vida por los pecadores…

Por eso es una pecadora pública quien le unge públicamente… Y así se cumple la profecía de Isaías:

«He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles… Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido… Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.» (Isaías 42:1-2; 53:3-4, 12).

Pero, a pesar de ser contado con los transgresores, sobre el Señor Jesucristo reposó la unción plena del Santo Espíritu de Dios…

Y por su sacrificio, muchos serán, seremos, justificados, contados como justos…

Así fue como Jesús fue hecho «Señor y Cristo», «Señor y Mesías», el «Ungido de Dios», por su muerte y resurrección.

El Espíritu de Dios, cuya sombra vino un día sobre María de Nazaret, cuando Jesús fue concebido, desciende ahora sobre el Crucificado para hacerle «Señor y Cristo»:

«Nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos.» (Romanos 1:3-4).

El Espíritu Santo, la Unción de Dios, nunca abandonó a Jesús…

Entendedme bien: La Unción -no «una unción»- y por eso Jesús es Dios manifestado en carne.

Jesús fue ungido para ser el Siervo Sufriente…

El Espíritu Santo le fue dado para vivir sin afanes de vanagloria ni de conquista…

El Espíritu Santo le fue dado para ser manso y humilde de corazón…

Y el Santo Espíritu del Señor nos es dado igualmente a nosotros para la práctica de la misericordia, la sencillez, la pureza de corazón, que son las demandas del reino de Dios.

Llamarnos «cristianos» es definirnos como «ungidos»…

Y decir que somos «ungidos» es afirmar que somos «siervos sufrientes»:

«Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.» (Romanos 12:13).

«Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.» (Efesios 4:30).

La unción del Santo Espíritu es para que cada día seamos bálsamo para las heridas, perfume para las vidas, sabor para tantas existencias insípidas, medicina de santidad y de gozo.

La unción es para la cruz…

Muchas son las veces en que sólo hablamos de la cruz… Sólo eso… Sólo hablamos…

Sin embargo, somos llamados a ser participantes de los sufrimientos del Mesías; de nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo.

No se equivocó Esquilo cuando dijo que «sólo aprenden quienes sufren».

Efectivamente, la verdad que se aprende es la verdad que se sufre…

Y el Señor Jesucristo nos dice algo de suma importancia respecto a la verdad:

«Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.» (Juan 16:13).

Y Juan nos dice en 1ª Juan 2:27:

«Pero la unción que vosotros recibisteis de él (de Jesucristo) permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.» (1ª Juan 2:27).

Toda nuestra verdad radica en la unción del Santo…

Urge esa unción en todos nosotros…

Urge esa unción en la Iglesia de Cristo hoy…

Urge una consagración de amor y sufrimiento…

Para que re-descubramos que cuando amamos, es Cristo Jesús por el Espíritu Santo quien ama en nosotros…

Y cuando sufrimos, es igualmente Cristo quien sufre en nosotros…

Y esa experiencia es la que nos trae un gozo que presagia el inexplicable gozo del mundo venidero, del Día del Señor, de la Esperanza Bienaventurada…

Ese gozo que nadie jamás nos podrá arrebatar.

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