Nuestra insuficiencia frente a la abundancia de Dios

Publicado por Joaquín Yebra en

1ª Corintios 3:18-23.

Introducción:

Han pasado más de treinta años desde que conocí a Jesucristo como Dios manifestado en carne, mi Señor y Salvador… Per cada día me siento más escaso, más estrecho, más mezquino, más insuficiente…

Recuerdo la enseñanza de aquel pastor que me dijo hace ya muchos años que «los niños siempre crecen; los que no crecen son los enanos»…

Y eso es lo siento que ocurre en nosotros… que somos muy enanos….¡Ojalá fuéramos niños! Entonces creceríamos…

El problema es nuestra estrechez, nuestra escasez de corazón, tan latente, tan patente, tan evidente… por mucho que la tratemos de encubrir…

1) Pero Dios es abundante:

En el jardín del Edén todo estaba a disposición del hombre, pero Adam y Eva no lo sabían…

Sólo pensaron en lo único que les fue prohibido… Todo lo demás les pasó completamente inadvertido…

Ni les impresionó la vida eterna que disfrutaban, ni la abundancia de aquel jardín en el que todo lo tenían al alcance, todos los árboles frutales, las aguas limpias y cristalinas y el aire primigenio, que nosotros no podemos ni imaginar…

Así somos nosotros también… Incapaces de apreciar, de valorar, tantas personas y cosas buenas que Dios nos ha concedido…

Y la prueba ta tenemos en que nada más decir «apreciar y valorar» habrán pasado cosas por nuestras mentes… «Cosas»…. Difícilmente «personas»…

La historia del Edén lleva consigo una enseñanza fundamental, una verdad ignorada por muchos:

Aquí va: «Cuando lo tenemos todo, pero no sabemos o no valoramos lo que tenemos, no tenemos en realidad nada.»

Yo personalmente me he encontrado en esa situación y he podido comprobar que junto a mí había muchas personas, creyentes y no creyentes, en la misma situación, destinadas muchas de esas personas a vivir de esa manera estrecha, escasa, insuficiente, quejumbrosa durante toda su vida, su vida de queja, de asco, de nausea, de gruñido, de mal gesto…

Y esto, que siempre es triste, lo es más todavía cuando acontece en la vida de personas que, al mismo tiempo, proclaman ser cristianos, es decir, discípulos y discípulas de Jesucristo.

Voy a repetirlo: «Cuando lo tienes todo, pero no sabes o ignoras que todo lo tienes, no tienes realmente nada.»

2) ¿Cómo saber lo que realmente tengo?

La única forma de saber que lo tengo todo es que por la misericordia de Dios nos hallemos en algún punto o momento de nuestra vida con algo menos que todo…

Por no saber esto, miles, probablemente millones, no sólo no agradecen al Señor esta enseñanza, sino que tan pronto experimentan una falta o una carencia, ya están quejándose, gruñendo, reclamando, acusando a Dios de cualquier despropósito, como niños mal criados y desagradecidos… Sin volver jamás la mirada atrás para ver la situación en que andan otros mucho menos favorecidos y privilegiados.

La insuficiencia es una de las mayores bendiciones que el Señor tiene para las vidas de sus hijos e hijas… Una auténtica medida terapéutica de parte de Dios para la sanidad interior de los hombres, en quienes Él tiene sus delicias.

Sólo gracias a la insuficiencia podremos conocer y experimentar nuestra verdadera y total abundancia…

De lo contrario sólo mejoraremos en quejidos, quejas, reclamaciones, protestas, acusaciones, gruñidos… Pero nunca en el conocimiento y en la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

3) ¿Cómo podemos convertir la insuficiencia en bendición, tal y como Dios proyectó cualquier carencia para nuestras vidas?

Sólo podemos producir semejante cambio llenando la insuficiencia fuera de nosotros…

¿Qué quiero decir por «llenar la insuficiencia fuera de nosotros»?

Muy fácil: Satisfaciendo las necesidades de otros…

Alimentando a los hambrientos, con Palabra de Dios y comida física…

Si vemos a desnudos, cubrámoslos, con amor y con ropa…

Si vemos a los sin techo, proporcionemosles abrigo…

Si entramos en contacto con los ignorantes, instruyamosles…

Si encontramos en el camino a los tristes, consolemosles…

Sólo así descubriremos que no tenemos insuficiencias en absoluto…

Sólo así dejaremos la nefasta práctica de proclamar con nuestros gestos cúlticos que somos discípulos de Jesús de Nazaret, y al mismo tiempo pasarnos la vida en la estrechez de la queja, de la crítica murmuradora, de la reclamación, de la protesta, de la acusación y del gruñido.

4) ¿Cuáles son los pasos que debemos dar?

Primeramente, asumamos que no importa cuán poco tengamos, siempre podremos encontrar a alguien que posee menos que nosotros…

Pero para que esto no quede en filosofía muy, muy barata, tenemos que ponernos a la busca de ese «alguien» menos favorecido que nosotros para compartir con él o con ella esas abundantes bendiciones con que el Señor nos ha colmado…

Para salir del círculo de los quejosos, quejumbrosos, reclamadores, mohínos, mezquinos, ingratos, protestones y amargados, tendremos que proceder a compartir con ese «alguien», que tendrá, sin duda, nombre y apellidos, parte de esas abundantes bendiciones espirituales y materiales que el Señor nos ha concedido.

Tendremos que dejar de creernos el centro de nuestro universo…

Tendremos que dejar de actuar para llamar la atención de todos, o de casi todos, o de algunos en particular, y en lugar de ese juego tendremos que dedicarnos a dejar de buscar siempre ser los receptores para convertirnos en emisores…

Dejar de ser recipientes para volvernos fuentes…

Dedicarnos a procurar para otros aquello que deseamos para nosotros mismos…

Dedicarnos a que otros experimenten aquello que nosotros anhelamos experimentar…

Es el mejor método para poder verificar que siempre hemos tenido en nuestra posesión todas aquellas cosas que nos pasaron inadvertidas… inadvertidas por nuestro enanismo, por nuestra estrechez, por nuestro egoísmo reclamador y exigente, quejoso, acusador y gruñón.

Esta es la razón por la que el Señor nos ha dicho que hagamos a los otros lo que nosotros querríamos que nos hicieran a nosotros:

«No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.» (Mateo 6:31-34).

5) ¿Y cómo podemos buscar y hallar el reino de Dios y su justicia?

Abriendo el camino al reino de Dios a otros…

Facilitando la escucha del mensaje del amor de Dios a otros…

Mostrando que Jesucristo es una realidad tangible en medio de un pueblo pobre, pero celoso de buenas obras que glorifiquen al Autor de su salvación…

¿Cómo podemos buscar y hallar el reino de Dios y su justicia?

Siéndolo… Ofreciendo acogida, refugio, cariño, gratuidad, que es lo más contrario y opuesto al mundo mercantilista y su lucha sin cuartel por el logro del beneficio y el afán por el lucro y la acumulación.

¿Cómo podemos buscar el reino de Dios y su justicia?

Recibiéndolo, mientras baja hasta nosotros, como los ángeles que descendían y subían por la escalera que Jacob vio apoyada en la tierra y en el cielo…

Existiendo entre el suelo y el cielo, como conductos a través de los cuales el Señor haga descender bendiciones abundantes sobre todas las vidas que toquemos…

Sabiendo, además, que seremos lo que demos…

Que somos lo que damos…

Que Dios se ha dado en Cristo Jesús para enseñarnos a darnos en lo que demos…

Y ese es el mejor método de evangelización… Sencillo, accesible, probado, eterno y suficiente.

Conclusión:

Nuestra estrechez nos conduce irremediablemente a la competencia…

Incluso nuestra religiosidad está muy contaminada de competencia, de lucha mercantilista…

Nos resistimos a reconocer esto porque sabemos que semejante reconocimiento nos obligaría moralmente a admitir que estamos equivocados en la manera en que miramos al mundo y a la vida… Y muy particularmente en nuestra visión de Dios…

Semejante reconocimiento significaría una humildad muy grande, y la humildad ni forma parte de nuestra vida, ni de nuestra cultura, ni de nuestra enseñanza, ni de nuestra sociedad, ni de nuestra teología…

Antes bien, estamos impregnados de arrogancia, asumiendo todos que todos lo sabemos todo, y que tenemos todas las respuestas, y que nadie tiene nada que decirnos… A menos que nos deleite el oído y el ego… A menos que nos den la razón, y que nos afirmen en la creencia, cada día más arraigada, de que todos están equivocados, y que sólo nosotros tenemos la razón…

Y mientras se extienden las represiones y las depresiones, el Señor sigue con sus brazos extendidos, abiertos, invitándonos a salir de nuestra estrechez, de nuestra pequeñez, de nuestra miseria, de nuestra queja constante, de nuestra insatisfacción reclamadora y mezquina; de nuestro ingrato olvido de los hombres y las cosas…

Amigo, hermano, ¿Qué te falta para saber que no eres suficiente?

¿De qué te ha tenido que privar el Señor para que valores sus dones?

¿Qué bendición en forma de carencia o insuficiencia te ha concedido el Señor para que puedas apreciar y valorar la abundancia que Dios te ha otorgado?

¿Qué pasos de amor y de servicio estás dando o estás dispuesto, dispuesta, a dar para dejar atrás la estrechez, la miseria, la queja, la protesta, la insatisfacción constante, la mezquindad… mientras tantos esperan la manifestación gloriosa de los hijos e hijas de Dios?

¿De qué tendrá el Señor que privarnos para que valoremos y gocemos, festejemos y compartamos todo cuanto Él nos ha dado, empezando por Jesús, en quien Él se ha dado por nosotros?

Jesús comparó a su generación en los días de la carne, diciendo:

«Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis.» (Mateo 11:16-17).

¿Qué más le quedará al Señor por hacer en nuestro medio para que respondamos con fidelidad?

¿Cuánto sonido de la flauta de Dios necesitaremos escuchar para bailar de alegría, para celebrar nuestra fe con gozo, siendo de bendición para otros?

¿Cuántas endechas de dolor innecesario habremos de sufrir para rendirnos a la llamada del Todopoderoso?

¿Qué tendrá el Señor que hacer en nuestro medio para que nos atrevamos a enseñar a nuestro hijos, y a los recién convertidos, que Dios nos ha puesto en medio de una magnífica abundancia, que hay suficiente para todos, y que es en compartir más, y no en recoger más, donde Dios nos llevará a recibir más?

Hermanos amados, salgamos de nuestra estrechez. Amén.

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