Nº 1315– 23 de Agosto de 2009

Publicado por CC Eben-Ezer en

Jesús ha proclamado el perdón divino a una mujer de mala reputación que le ha ungido anticipándose a su sepultura. Y ante la crítica de los decentes de toda la vida, ha dicho que a quien se le perdona poco, demuestra poco amor. Y los comensales que han visto al Maestro extender el perdón incondicional se escandalizan.

Son quienes no llegan nunca a creer que el Señor perdona de pura gracia, por su sola misericordia, sin que haya méritos que acrediten ese perdón.

Los religiosos de entonces y de hoy envidian a Dios, porque saben que Él es bueno. Po eso siguen con sus pensamientos escondidos.

Jesús no pide que los pecadores hagan grandes cosas, ni que se flagelen o mortifiquen. Sólo les pide que vayan a Él: Venid a mí todos…

Hay poco perdón para quienes no se consideran pecadores. No pueden recibir mucho perdón, por cuanto no creen necesitarlo. Pero quien reconoce su condición de pecador, puede tener la seguridad de que su corazón va a llenarse de amor, por cuanto es el amor la medida del perdón.

Esta es la auténtica razón por la que en cada acto de perdón de nuestro Maestro vamos a toparnos con la murmuración y el escándalo de los religiosos y de los tenidos por personas religiosas y cumplidoras de la Ley.

Ahora bien, este escándalo no va a impedir que nuestro Señor Jesucristo realice en su totalidad el acto de recuperación de los pecadores que a Él se allegan.

El ruido contaminante, el estrépito insufrible de los pensamientos inmisericordes que los murmuradores querellosos esconden tras su apariencia de piedad, no puede impedir la realización del gesto perdonador y restaurador de nuestro Señor bendito.

Mientras que los comensales siguen viendo sucia a la mujer con sus sucios ojos, Jesús sabe que su corazón está completamente cambiado y lleno de amor.

Jesús sabe que el frasco de alabastro de perfume puro y costosísimo sólo es un signo del corazón de esta mujer, que es lo que verdaderamente se ha quebrado y ha desprendido el aroma que ha llenado toda la estancia.

Mucho amor y mucho perfume.     Joaquín Yebra,  pastor.

 

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