Nº 1317– 6 de Septiembre de 2009

Publicado por CC Eben-Ezer en

Ante ciertas declaraciones de círculos cristianos, uno se pregunta si verdaderamente habrán leído alguna vez los Evangelios, o sólo habrán accedido a opúsculos denominacionalistas de dudosa procedencia.

El tono triunfalista de algunas manifestaciones se asemeja más a la propaganda electoralista de los partidos políticos y los sindicatos que al mensaje del Evangelio de Jesucristo.

No deberíamos hacernos falsas ilusiones. La verdad que nos presenta Cristo Jesús es una verdad crucificada, no aplaudida.

Los que buscan los aplausos son los mismos que buscan las asignaciones estatales, los títulos, los reconocimientos, las prebendas y toda suerte de chapas y medallas para la solapa.

La verdad contra la que muchos están deseosos de lanzar piedras, no es una verdad triunfal.

No deberíamos olvidar jamás que la verdad del Evangelio, antes que ser el blasón del soldado de Jesús, es una verdad que lleva consigo los clavos oxidados de la crucifixión del bendito Salvador, y que no se trata de una verdad brillante, de salón, de vitrina.

El que quiera separar esta verdad de la Cruz del Gólgota, se convierte en comediante de la verdad, en comparsa grotesco de la redención, no en su testigo fiel.

La garantía de la autenticidad y de la validez de nuestras palabras es la señal de los clavos, en las manos y en los pies del Resucitado, y en nuestra alma.

Frente al mensaje de nuestro Señor Jesucristo solamente hay una alternativa: Abrazar su verdad crucificada.

Quienes no hacen tal cosa, serán hallados entre quienes le lanzan piedras; entre quienes pretenden hacerle rey para después tratar de despeñarle por un barranco; entre quienes cortan hojas de palmera para darle un recibimiento mesiánico, y después terminan pidiendo su crucifixión.

Nos sobra religión y nos falta fe con sentido de vida, no sólo de pensamiento. Nos sobran triunfalismos y nos faltan clavos.

Mucho amor.   

 Joaquín Yebra,  pastor.

 

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