Nº 1329– 29 de Noviembre de 2009

Publicado por CC Eben-Ezer en

El genuino arrepentimiento está siempre relacionado con el dolor que sentimos por haber producido algún daño a alguien a quien amamos.

Y mientras más amamos a una persona, más hondamente se quebranta nuestro corazón al saber que le hemos producido una herida.

Así podemos comprender el verdadero sentido del arrepentimiento para con Dios nuestro Señor.

Una cosa es sentirnos tristes y arrepentidos por las consecuencias de nuestras malas acciones, y cosa muy diferente es sentirnos tristes y arrepentidos por el daño producido a Dios nuestro Señor.

Por eso es que el verdadero arrepentimiento es obra de la bendita Persona del Espíritu Santo, quien nos revela la ingratitud de corazón que ha habido por nuestra parte al despreciar y agraviar al Salvador al desatender su consejo, desobedecer sus mandamientos y apartar de Él nuestra mirada.

Así es como el Santo Consolador nos conduce arrepentidos, contritos y humillados a los pies de Jesús, quien en la Cruz del Calvario cargó con todos nuestros pecados, ocupando Él nuestro lugar.

Hay genuino arrepentimiento cuando somos hechos conscientes por el Espíritu de Dios de que hemos vuelto a herir a Jesús con nuestro pecado, y al contemplar al Señor traspasado por nuestra maldad, lloramos por nuestros pecados y transgresiones que produjeron angustia en el tierno corazón del Maestro.

Ese es el proceso mediante el cual el Señor bendito nos induce a renunciar al pecado y a buscar ser llenos con su Santo Espíritu.

A medida en que seguimos al Señor y aprendemos a amarle y a confiar en su amor, descubrimos que experimentamos una tristeza genuina cuando le causamos un dolor.

En esa misma medida, somos hechos conscientes de que nuestro Señor sufre también los dolores que podemos producir a nuestros hermanos y a todos los hombres en general.

Este arrepentimiento es la tristeza según Dios nuestro Señor, señal inequívoca de haber respondido al dolor del Espíritu Santo contristado en el corazón de los hijos e hijas de Dios.

Esa tristeza del arrepentimiento genuino es la única tristeza de la que no hemos de arrepentirnos.

Mucho amor.

Joaquín Yebra,  pastor.

 

 

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