Nº 1354– 23 de Mayo de 2010

Publicado por CC Eben-Ezer en

¿Qué parte nos toca a nosotros para ser obedientes a la voz del Espíritu Santo? Sencillamente, consentir, permitir, dejar que el viento del Espíritu mueva nuestra embarcación. ¿Y cuál es la parte suya? Transformar nuestros corazones y nuestras mentes, conduciéndonos a hacer la voluntad divina de manera suave, natural y espontánea.

Así es como actúa Dios nuestro Señor en los corazones que han invitado a Jesucristo a venir a morar por la bendita Persona del Espíritu Santo, mientras Jesucristo glorificado intercede por nosotros en el Santuario Celestial, ante el Padre Eterno, como Sumo Sacerdote del orden de Melquisedec.

Así es como quien ha entregado su corazón a Jesucristo llega a responder a las llamadas del Santo Consolador sin tener que hacer grandes esfuerzos por obedecer.

Así es como podemos llegar a encontrar nuestra mayor alegría, nuestro mayor deleite y nuestra dicha más honda en la obediencia a los mandamientos del Señor, dejando éstos de ser pesadas cargas.

Así es como comprendemos que el propósito de nuestra salvación es andar por los mandamientos del Señor, que son las obras buenas que Dios ha preparado de antemano para que caminemos por ellas. Ciertamente, no serán esas buenas obras las que nos justifiquen ante Dios, sino que el Señor bendito nos ha salvado por su gracia y justificado por la fe para que andemos en esas obras que son la novedad de vida de todos cuantos entramos por la misericordia divina en amistad con Jesucristo.

Si apreciamos el carácter de Jesucristo y vivimos en comunión con Dios, llegaremos a sentir nausea ante el pecado. En cualquier área de nuestra vida en la que el pecado todavía nos resulte atractivo, allí necesitamos urgentemente ser sinceros delante del Señor, confesar esa realidad y dejar que el Santo Espíritu de Dios regenere, sane y reine.

Cuando verdaderamente vivimos en comunión con el Dios Eterno y su Hijo Jesucristo por medio de la bendita Persona de su Santo Espíritu, nuestra obediencia resulta natural, impulsiva e inevitable.

Mucho amor.

Joaquín Yebra,  pastor.