Nº 1440- 29 de Enero de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

Toda predicación del Evangelio que se separe del compromiso con la Santa Palabra de Dios y con los pueblos, es letra muerta. Las iglesias que caen en esa práctica son como peces fuera del agua. Esas denominaciones son dientes calcáreos, momias grotescas que fueron traídas por correa de transmisión, árboles que jamás arraigaron en tierra ajena, excremento de una digestión no acabada, vómito petrificado. En definitiva, cualquier cosa excepto el Evangelio de Jesucristo, regalo del Padre, dinamizado por el Santo Espíritu.

Cuando comprendemos esto, renunciamos a las cartillas, a los  catecismos, a los abecedarios simplistas y a toda la literatura descontextualizada del presente histórico, de la cultura y de las necesidades de los pueblos a los que decimos que queremos evangelizar. Para percatarnos más hondamente de lo que pretendemos decir, sólo tenemos que considerar a quiénes van dirigidos nuestros mensajes y quiénes son los que responden a nuestra llamada.

Todos los reformadores trataron de volver a los orígenes de la iglesia, generalmente escandalizados por los abusos y desmanes de la iglesia oficial de turno, siempre vinculada al estado, la nobleza y los poderosos. Sin embargo, bien ellos o sus seguidores, al encontrarse con la iglesia naciente como asamblea y comunidad, sintieron auténtico pavor, por cuanto comprobaron que semejante regreso implicaba cuestionarse seriamente el verticalismo de su estructura, y por ende de la sociedad; los poderes vitalicios de los clérigos, y por ende de los monarcas y los tenidos por nobles; reclamaba la participación auténtica de todos, no las fórmulas maquilladas, al estilo de la democracia formal.

Quienes traspasaron la frontera del siglo cuarto, en su descenso hacia los orígenes, fueron tachados de herejes y blasfemos, acusados de subversivos al imperio del momento, del mismo modo que nuestro bendito Salvador lo fue en su momento, para ser después traicionado por los escribas y fariseos, quienes le pusieron en manos del estado secular para ser crucificado, como la Inquisición hacía con sus reos, lavándose así las manos.

Necesitamos, decididamente, más amor, mucho más amor. Joaquín Yebra, pastor.