Nº 1448 – 25 de Marzo de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

La teología de la dominación se niega a aceptar al continuidad entre la existencia del pueblo de Dios y el proyecto de Jesús de Nazaret que denominamos “iglesia”. Ha de esforzarse por desvincular a Jesucristo de su pueblo, y lo vestirá de patricio romano sentado con sus discípulos de atuendo griego o romano, como si fueran una escuela filosófica de la época. Así se puede explicar, que no aprobar, la tendencia antisemita de la iglesia durante largos y sangrientos períodos de su historia. De ese modo se puede igualmente explicar el distanciamiento progresivo de la iglesia respecto a sus raíces hebreas.

Rebasa muchos años la historia del pueblo de Dios cuando Jesús de Nazaret anuncia la Buena Nueva del perdón, el año jubilar para todos los hombres, el perdón de los pecados y el don de la vida eterna. Todo eso forma parte de la profecía veterotestamentaria y de la esperanza mesiánica. Ese va a ser el mensaje de la iglesia naciente, después de la resurrección y ascensión del Señor, sin que se produzca ninguna ruptura. De ahí que los primeros cristianos realicen liberaciones, sanidades y milagros bajo la unción del Santo Espíritu de Dios.

El Reino de Dios irrumpe en la persona y en la vida de Jesús de Nazaret. La continuidad está vinculada a la bendita Persona del Espíritu Santo. El Reino desborda a Israel, como debería desbordar a la iglesia de nuestros días. Ese desbordamiento es obra del Espíritu de Dios. Sólo así se pondrían todas las cosas en su sitio. Ya no habría lugar para el triunfalismo de los hombres, ni para su vergonzoso intercambio de gloria, ni para el encumbramiento de los supuestos dirigentes eclesiásticos.

Cuando Jesús les dice a aquellos primeros discípulos que deben considerarse dichosos por ver lo que ven, lo que muchos profetas quisieron contemplar pero no lo vieron, y por oír lo que oían, que quedó velado a los antiguos (Lucas 10:23s.), nos está confrontando a la realidad de que eso mismo debería ser lo que viéramos y oyéramos nosotros hoy. Del mismo modo que Dios estaba presente en Cristo Jesús en los días de su encarnación entre nosotros, así debería estar presente el Reino de Dios en la iglesia por la presencia del Espíritu Santo, dador de dones, ministerios y operaciones.

¡Ven, Espíritu Santo! Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.