Nº 1.635 – 1 de Noviembre de 2015

Publicado por CC Eben-Ezer en

Tristemente, muchos hermanos que fueron fieles y sinceros seguidores de Jesucristo, y vivieron la espiritualidad guiada por el Santo Espíritu de Dios, han caído en la espiritualidad espuria de la masonería, abierta o disfrazada. Hay naciones en las que es muy difícil encontrar un ministro del Evangelio que no sea a la vez miembro de una logia masónica. Si hay alguna duda al respecto, sólo tenemos que investigarlo un poco. No está oculto. Es público para quienes quieran saberlo. Otra cosa es que prefiramos mirar en otra dirección por intereses inconfesables, inseguridad o miedo.

El veneno masónico, como el de otras sectas luciferinas, engancha fácilmente a quienes buscan espiritualidad fuera del ámbito del Espíritu Santo, y entre quienes pretenden alcanzar conocimientos o revelaciones superiores, por encima del resto de sus hermanos.

¿Hay algún antídoto contra ese veneno? Ciertamente. La palabra apostólica nos lo da en la Carta de Pablo a los Romanos 12:3-5: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.”

¿Dónde queda lugar en el cuerpo de Cristo para jerarquías, para grados, para círculos cerrados de conocimientos ocultos, ceremonias babilónicas de iniciación para escogidos y toda la larga parafernalia ocultista con que Satanás trata de invadir los corazones de los hombres y la propia Iglesia del Señor?

La masonería se ha infiltrado en las filas del cristianismo evangélico alentando a muchos a creerse superiores, más ungidos que sus hermanos, conocedores de doctrinas especialmente reveladas a ellos. Nosotros seguiremos hablando donde la Biblia habla y callando donde ésta calla.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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